La dulce voz de Marisa Monte me hace sentir en Río, aunque no lo conozca y solo esté viendo edificios desde el frescor del balcón. Vacaciones chiquitas salieron este año, igual disfruto de estos pequeños placeres: mate, tostadita con mermelada, libro de turno, musiquita de fondo... Entrar al living supone una vuelta a la realidad de pensar qué hacer de comer, lavar la ropa, limpiar los filtros del aire, tender las camas y miles de etcéteras ante los cuales tengo que rendirme. Mejor con música, siempre, mejor con una sonrisa, seguro. Día de vacaciones donde todo se hace igual que el resto del año, pero con el reloj marcando más despacio el paso del tiempo. Eso ya es bastante, es mirar el vaso medio lleno también. Es saber que, como no estorba ni me corre con sus agujas filosas de culpas, puedo —cuando así lo necesite y decida— parar y seguir leyendo, volando por otros mundos y otras épocas. Marisa dice en una de sus canciones que para oír basta abrir los poros. Yo lo creo
Escribo porque me libera y me sana. Porque soy más yo en cada palabra. Porque cuando en la vida me pierdo, escribiendo me hallan.