Gritaba, a quien quisera escucharlo, que la vida es bella y corta y había que disfrutarla. Tenía una pose muy nueva era, en la que solo importaba el presente y uno mismo. Su problema fue siempre confundir poses con posturas. Alejaba a las personas que la dañaban, siguiendo la receta de las frases de autoayuda de moda. A cambio, se rodeaba de aduladores disfrazados de amigos, dispuestos a la sonrisa simplona y adornada. Bloqueaba su corazón a quienes siempre le habían dicho la verdad, porque se había inventado una nueva realidad, bastante más condescendiente y luminosa que su propia vida. Pero nadie, ni ella misma creía en la solidez de ese castillo de naipes, que más tarde o más temprano volcaría, dejando a la reina de los corazones destrozados, infeliz, dañada, mal querida y rodeada siempre de la misma soledad.