En nombre de los más necesitados, los poderosos se reunían a dirimir, al fresco del aire acondicionado y café mediante, quiénes tenían la culpa de la triste realidad de los abatidos. La responsabilidad nunca era propia, siempre se tiraba la pelota al bando contrario, como en el juego del "quemado". Y afuera se quemaban de impaciencia los mismos desesperados de siempre, quienes jamás tenían la culpa, pero eran los únicos castigados.
Me gusta recostarme sobre la hierba y contemplar el cielo a través del follaje de nuestro árbol del bosque. Recordar las promesas, las caricias, las risas y los sueños de los que él fue testigo. Buscar y encontrar las iniciales que grabamos a cuchillo en su tronco macizo. Sentir que cada una de sus hojas y yo sabemos bien que, recordándote, sigues aquí conmigo, aunque tu cuerpo ya se haya ido.
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