Ir al contenido principal

Brillante y porfiado

La imagen puede contener: nubes, cielo, exterior y naturaleza


¿Seguirá lloviendo?
El sol se empecina en asomar cuando ya está en su ocaso. Algo debe significar esa maravillosa tozudez de la naturaleza. 

Tal vez sea  hora de imitarla, tal vez debamos ser insistentes en nuestros proyectos, perseverar en los sueños, no boicotearnos los deseos. No movernos de la felicidad, negarnos a estar con quien no queremos, alejarnos de los lugares que nos hacen mal. 
Convertirnos en seres fuertes ante la fatalidad y que nuestro brillo y voluntad se vean, incluso, a través de las nubes densas, cargadas de agua. 
Así, como el sol, que porfía cada atardecer en no irse, aun cuando los días grises le sean tan adversos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Luna de sangre

Eclipse de sangre llaman al momento en que la luna pone su cara ardorada, roja de ardores nocturnos, de intentar infructuosamente que su amado sol pase, alguna vez, una noche junto a ella.  Los lobos aúllan su llanto, pero el rey Febo aún no quiere darse cuenta.

Otoño

Vino el otoño con sus mañanas frescas, con sus hojas secas, con el sol remolón y las noches tempranas de luna lejana. Vino el otoño de rocío y crujidos. Vino el otoño a susurrar tu nombre en el viento y a recordarme cuán fría es tu ausencia cada vez que me toca un rayo de sol.

Danza final

Sin quererlo, de repetir una u otra vez los mismos pasos, el almirante Ignacio y la dulce Carola llegaron a ser la pareja de danza de salón perfecta del pueblo. Sin embargo, nunca se les ocurrió presentarse en ningún concurso, porque de haber sido así, todos sabíamos que lo hubieran ganado. Se adivinaban los compases, los ochos, el paso siguiente, la próxima vuelta o pirueta exacta. Sin ensayo previo, más que el que cada sábado ya en la misma pista se repetía. Y eso que nunca, nunca en treinta años se habían dirigido una palabra… ni una sola, ni un buenas noches siquiera. Se conocían desde niños. La casa de Ignacio, cuando este era apenas un niño y lejos estaba de ser almirante, quedaba al lado de la casa de la dulce Carola. Pero sus padres se odiaban. Era un odio añejo, tanto que ya nadie recordaba exactamente cuál había sido su origen. Pero ellos habían crecido con ese odio en la carne, sin preguntas ni respuestas. En la época en que comenzaron los bailes en el Gran Da