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Un extraño día en julio (#RetoLesTodes #RetoBurdick)

Encontrarnos después de tantos años fue mágico. En verdad, mágico fue reconocernos después de tres décadas. Mis canas, la tintura de su pelo, mi panza de cuatro décadas, su sonrisa marcada por una vida. Tan fuera de contexto, tan lejos de nuestra infancia y sin embargo, ella dijo "Nachi" y el tiempo retrocedió velozmente hasta nuestras vacaciones de invierno en la posada de Gualeguaychú, frente al río. El escenario que nos reunía era bien distinto. Nos cruzamos en la inefable Buenos Aires y su caos de viernes al mediodía. La city porteña, cargada de hombres de traje y corbata y cuello almidonado, no fue testigo de nuestras miradas y nuestra nostalgia, porque toda su gente miraba en otra dirección y sus mentes divagaban —seguramente— entre números y el cambio bursátil. Me paré, la miré, me abrazó. Siempre fue así, ella decidida y relajada, yo algo más lerdo y quedado. Le devolví el abrazo, de escasos segundos e infinitas añoranzas. Raquel me pasó la mano por
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El árbol

Me gusta recostarme sobre la hierba y contemplar el cielo a través del follaje de nuestro árbol del bosque.  Recordar las promesas, las caricias, las risas y los sueños de los que él fue testigo.  Buscar y encontrar las iniciales que grabamos a cuchillo en su tronco macizo.  Sentir que cada una de sus hojas y yo sabemos bien que, recordándote, sigues aquí conmigo, aunque tu cuerpo ya se haya ido. 

Último amanecer

Faltaba todavía un buen rato para el amanecer, cuando Francisco llegó, casi sin respiración, a las vías viejas del tren. Era aún noche cerrada y los árboles, que bordeaban la avenida desierta, se veían negros y lúgubres. Apenas iluminaba la luz de la luna en su cuarto menguante. Estaba completamente solo, casi podía escuchar los latidos de su corazón en el silencio envolvente y nocturno. Francisco caminaba apurado, como cada madrugada, para no perder su tren. Por inercia consultaba su reloj, para acelerar la marcha hasta la estación y poder subirse a tiempo. De perderlo, debería esperar una hora más para el próximo. Ya le había sucedido aquella vez. María se enojó tanto. No le gustaba que llegara con retraso. Claro, a él le gustaba menos congelarse en la estación oscura y solitaria, durante una hora eterna. Y menos aún escuchar el sermón de su mujer. Finalmente llegó a la precaria estación antes de que el tren efectivamente lo hiciera. Se sentó en el único banco desvenc

Luna de sangre

Eclipse de sangre llaman al momento en que la luna pone su cara ardorada, roja de ardores nocturnos, de intentar infructuosamente que su amado sol pase, alguna vez, una noche junto a ella.  Los lobos aúllan su llanto, pero el rey Febo aún no quiere darse cuenta.

Navegantes secretos

Te espero cada noche porque sé que vendrás a escondidas, velívolo, para navegar a toda vela sobre mi cuerpo, dejando tu aroma a salitre de mil mares en mi piel, poniendo mi corazón a naufragar entre las sábanas y encallando mi alma a tu mirada. Y las noches que vienes sicalíptico, es una fiesta de dos, entre mantas que esconden pasiones, almohadas que guardan secretos, en nuestro mundo oculto, intenso, inmenso de cuatro paredes e infinito amor.

Danza final

Sin quererlo, de repetir una u otra vez los mismos pasos, el almirante Ignacio y la dulce Carola llegaron a ser la pareja de danza de salón perfecta del pueblo. Sin embargo, nunca se les ocurrió presentarse en ningún concurso, porque de haber sido así, todos sabíamos que lo hubieran ganado. Se adivinaban los compases, los ochos, el paso siguiente, la próxima vuelta o pirueta exacta. Sin ensayo previo, más que el que cada sábado ya en la misma pista se repetía. Y eso que nunca, nunca en treinta años se habían dirigido una palabra… ni una sola, ni un buenas noches siquiera. Se conocían desde niños. La casa de Ignacio, cuando este era apenas un niño y lejos estaba de ser almirante, quedaba al lado de la casa de la dulce Carola. Pero sus padres se odiaban. Era un odio añejo, tanto que ya nadie recordaba exactamente cuál había sido su origen. Pero ellos habían crecido con ese odio en la carne, sin preguntas ni respuestas. En la época en que comenzaron los bailes en el Gran Da

Otoño

Vino el otoño con sus mañanas frescas, con sus hojas secas, con el sol remolón y las noches tempranas de luna lejana. Vino el otoño de rocío y crujidos. Vino el otoño a susurrar tu nombre en el viento y a recordarme cuán fría es tu ausencia cada vez que me toca un rayo de sol.