La rima fácil, el verso ausente. La estrofa indecisa. Como hojas llevadas por el viento van y vienen, pero no se quedan, nunca descienden. Las palabras no siempre fluyen. No son agua mensajera, ni llegan para quedarse. Duelen, se escabullen entre la lengua, se esconden entre las espigas del pensamiento. Son diamantes que nunca me pertenecerán. Entre las venas laten, pero mis ojos solo las ven lejanas como estrellas. Inalcanzables, las palabras no llegan en esta noche. Son mezquinas. Se esconden. Están tan cuesta arriba, tan a contramano. Y todo se pone negro, oscuro cuando faltan. Todo parece que se derrumba y hasta cuesta soñar. Pero luego, mágicamente, llegan. Resurgen como el ave Fénix. Solo nacen, solo vuelven. Las palabras entonces se ordenan, se quedan. Y con ellas, la calma. Es solo un instante que huele a eterno. Ahora sí, fluyen. Y entonces respiro como en el aire libre. Ahora sí, avanzan como un