Ir al contenido principal

Ecuación lógica

Les contaré una brevísima historia sobre dos personas, dos hermanos de hecho, que aquí serán personajes. Los llamaremos X y Z, sin más, solo por capricho, aunque también un poco para preservar sus identidades. 


La historia es larga y se remonta hasta hace varias décadas, casi diría que empezó el mismo día que Z nació, cuando X tenía 4 años; pero no voy a contarla. En verdad tampoco importa saberla. Solo es imprescindible que conozcan el fuerte deseo que X tenía porque Z muriera, pese a la entrañable y profunda relación que los unía. 

Tan enorme y necesario era este deseo que X decidió, finalmente y contra todo prejuicio, terminar con la vida de Z. Con tal fin, X prepara, una noche cualquiera, sin un pretexto específico (porque todas las semanas los hermanos se reunían a cenar en casa de alguno de los dos) una cena formidable: manjares y exquisiteces varias preparadas por él mismo y un vino delicioso, de su exclusivísima bodega. Todo en el cálido ambiente del coqueto departamento antiguo y enorme de X y por supuesto, sonando suavemente y de fondo la música favorita de Z.

Detrás de escena —más precisamente en la parte trasera de la cocina donde se había montado hace años la bodega— X, con la misma delicadeza con que había preparado la cena, organiza y pone a punto un set completo de instrumentos mortales: veneno (para hormigas y para ratas), barbitúricos varios, coloridas anfetaminas, botellitas de veronal, frasquitos con bencina y tarritos con cianuro. Un par de pistolas de diferentes calibres, con y sin silenciador. Sogas, esposas y cuchillos de diferente porte, bien afilados.

Bien, una vez todo listo, Z llega a cenar. Hablan como siempre lo hacen cuando cenan, opinan como siempre, elogian los vinos como siempre, ríen y hasta tienen intercambios de opinión, para luego olvidar todo; claro, como lo hacen siempre.

Z disfruta cada charla, cada bocado, cada degustación del vino. X también, pero además piensa constantemente cómo lograr ver realizado su deseo. Desea entre copa y copa, y más aún entre el primer y el segundo plato. Desea no tanto matar, como ver muerto a su hermano. Ese hermano menor y brillante con quien tuvo que acarrear desde el mismo momento que llegó a su casa, casi cuarenta años atrás.

Con cuál de todos sus instrumentos matar a Z, medita todo el tiempo. Repasa en su memoria profesional y en la ordinaria los pros y los contra de cada forma de muerte. Luego, ya piensa en la muerte en general. Tanto piensa en la muerte, que comienza a llenarse de ella. Todo a su alrededor es muerte: la comida, el vino, la música, la noche, la calidez del ambiente. La vida es muerte, su vida es muerte. X se llena de muerte. La muerte lo invade en cuerpo y alma…

Lo que resta saber es que X murió, impredecible e inesperadamente, de un paro cardíaco, sin causa aparente y mientras terminaba de cenar con Z; quien cuando volvía de declarar los hechos al juez de turno, resguardado por la noche ahora llena de vida, se metió las manos en los bolsillos, tomó una bocanada de aire de la ciudad silenciada y sonrió, feliz.








Comentarios

Entradas populares de este blog

Luna de sangre

Eclipse de sangre llaman al momento en que la luna pone su cara ardorada, roja de ardores nocturnos, de intentar infructuosamente que su amado sol pase, alguna vez, una noche junto a ella.  Los lobos aúllan su llanto, pero el rey Febo aún no quiere darse cuenta.

Otoño

Vino el otoño con sus mañanas frescas, con sus hojas secas, con el sol remolón y las noches tempranas de luna lejana. Vino el otoño de rocío y crujidos. Vino el otoño a susurrar tu nombre en el viento y a recordarme cuán fría es tu ausencia cada vez que me toca un rayo de sol.

Danza final

Sin quererlo, de repetir una u otra vez los mismos pasos, el almirante Ignacio y la dulce Carola llegaron a ser la pareja de danza de salón perfecta del pueblo. Sin embargo, nunca se les ocurrió presentarse en ningún concurso, porque de haber sido así, todos sabíamos que lo hubieran ganado. Se adivinaban los compases, los ochos, el paso siguiente, la próxima vuelta o pirueta exacta. Sin ensayo previo, más que el que cada sábado ya en la misma pista se repetía. Y eso que nunca, nunca en treinta años se habían dirigido una palabra… ni una sola, ni un buenas noches siquiera. Se conocían desde niños. La casa de Ignacio, cuando este era apenas un niño y lejos estaba de ser almirante, quedaba al lado de la casa de la dulce Carola. Pero sus padres se odiaban. Era un odio añejo, tanto que ya nadie recordaba exactamente cuál había sido su origen. Pero ellos habían crecido con ese odio en la carne, sin preguntas ni respuestas. En la época en que comenzaron los bailes en el Gran Da