Acorralada. Así estaba Alina. Alina es Alina Godoy. No es que
estuviera en medio de un suceso policial, no. Estaba sentada en el cómodo
sillón de su casa, a orillas del lago más bonito del Sur, que bajaba puro y
fresco de la montaña más alta de la región. Libro en mano pensaba cómo es que
se había metido en ese problema. Justo ella, tan medida, tan racional, tan
implacable con los errores.
Alina era la mayor de tres hermanos que habían sido repartidos
todos en tres hogares diferentes, luego de la muerte accidental de sus padres.
Como eran chicos, ninguno pudo establecer un vínculo con el otro, así que Alina
había crecido al abrigo de sus padres adoptivos, muy mayores cuando la llevaron
a su hogar y sobreprotectores por definición. Fue criada como una niña entre
algodones, pero ella no se engañó con esas mieles y forjó un carácter fuerte,
valiente, frío e incluso, calculador. Por eso, lo que sucedió luego era
inexplicable, imposible e irreal en su vida. No había forjado su personalidad
para eso. Pero sucedió, así, sin más. En plena ciudad capital y en su estable, rutinaria
y cronometrada vida.
Luego de aquello, Alina dejó todo: su trabajo, sus escasos
amigos, su amante ocasional. Con el dinero ahorrado se refugió durante dos años
en el Sur, en esa cabaña de ensueño. Se arregló haciendo algunas publicaciones
de moda, belleza y variedades para el diario local, bajo un seudónimo y con un
sueldo bajo, pero que a ella le alcanzaba para vivir tranquila y sobre todo,
anónima y lejana.
Ya no había muchos lugares donde correr ni esconderse, pensó mientras
leía La mujer habitada, donde una
mujer se funde en la naturaleza, reencarnando en un naranjo. Ser parte de la
naturaleza, ser la esencia misma del principio. Más leía el libro, más deseaba
tener ese poder. Cuántas cosas cambiarían en su vida si pudiera ser parte de la
tierra o del aire.
Y sucedió. Alina creyó que estaba dormida y soñando y soñando un
sueño donde ella era parte de lo natural. En el sueño que Alina creía que
soñaba, fue nube llena de agua, que cayó profusamente sobre un bosque en llamas
y cuando apagó ese fuego que lo rodeaba todo, se convirtió en cálido viento que
fue a soplar unos papeles demasiado ordenados de una oficina con la ventana
abierta. Y como viento más fuerte voló, se fue a lugares más amenos, más
necesarios.
La única casa cercana a la montaña que se quemó por completo fue
la que habitaba Alina, de quien poco sabían sus vecinos. No se encontró su
cuerpo, ni tampoco se supo nada más de ella. Ni en el periódico local, ni su
nombre verdadero. Como si fuera un fantasma, como si se la hubiera tragado el
fuego, como si hubiera sido parte de la lluvia que lo apagó.
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