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#LePongoOndaADiciembre #Día31 y San Seacabó!!!



Y sí! Llegó el #Día31 de este diciembre agobiante. Al menos por once meses no lo voy a odiar más. No me gustan las fiestas, ni los balances que la gente cree que hay que hacer, ni las promesas para mañana. Porque en verdad el año que viene es eso, mañana. Un día más, que como cada día de la vida, amanece con un sinfín de posibilidades, de leyes, de deseos, de excepciones que opacan las reglas, de risas o desilusiones. 

Mañana va a ser un nuevo año en el calendario y ojalá se pudiera resetear, restaurar de fábrica y volver el contador en cero. Pero la realidad no es tan sentimental y arrasa con su vorágine de tiempo. De todas maneras, arrancamos todos, quién puede negarlo, con cierta esperanza de revertir malas situaciones, de dejar todo lo malo para ser mejores, de proponernos cosas e intentar lograrlas. Finalmente, de eso se trata la vida, de buscar un objetivo, un sueño que concretar, un motivo que valga la pena darle batalla al tiempo, de mantener la ilusión y la magia que nos aferra al deseo ineludible de vivir 365 días más. Feliz año para todos los que andan por acá y leen toda mi locura diaria y acompañan con sus comentarios y "megusteos", son un mimito virtual que yo sé valorar un montón. A por el 2018, gente! 

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Eclipse de sangre llaman al momento en que la luna pone su cara ardorada, roja de ardores nocturnos, de intentar infructuosamente que su amado sol pase, alguna vez, una noche junto a ella.  Los lobos aúllan su llanto, pero el rey Febo aún no quiere darse cuenta.

Otoño

Vino el otoño con sus mañanas frescas, con sus hojas secas, con el sol remolón y las noches tempranas de luna lejana. Vino el otoño de rocío y crujidos. Vino el otoño a susurrar tu nombre en el viento y a recordarme cuán fría es tu ausencia cada vez que me toca un rayo de sol.

Danza final

Sin quererlo, de repetir una u otra vez los mismos pasos, el almirante Ignacio y la dulce Carola llegaron a ser la pareja de danza de salón perfecta del pueblo. Sin embargo, nunca se les ocurrió presentarse en ningún concurso, porque de haber sido así, todos sabíamos que lo hubieran ganado. Se adivinaban los compases, los ochos, el paso siguiente, la próxima vuelta o pirueta exacta. Sin ensayo previo, más que el que cada sábado ya en la misma pista se repetía. Y eso que nunca, nunca en treinta años se habían dirigido una palabra… ni una sola, ni un buenas noches siquiera. Se conocían desde niños. La casa de Ignacio, cuando este era apenas un niño y lejos estaba de ser almirante, quedaba al lado de la casa de la dulce Carola. Pero sus padres se odiaban. Era un odio añejo, tanto que ya nadie recordaba exactamente cuál había sido su origen. Pero ellos habían crecido con ese odio en la carne, sin preguntas ni respuestas. En la época en que comenzaron los bailes en el Gran Da