Diciembre, al menos en Buenos Aires en general y para mí en particular (soy como el Grinch del doceavo mes calendario), se transforma en treinta y un días terribles de corridas, de términos, de fechas impostergables. Como si se acabara el mundo y no el año. Como si el 31 de diciembre fuera el último día de nuestras vidas y no uno más; así vivimos en esta caótica ciudad la mayoría de las personas, durante este aciago mes.
Hoy, 1° de diciembre, recién llegada a mi oficina, mientras colgaba mi cartera, me asomé a la ventana. Siempre lo hago porque me gusta ver el inmenso parque que supo ser una cárcel (cambio rotundo que agradezco infinitamente)y el cruce de dos avenidas, con todo su espectacular bullicio, traqueteo y colorido de coches y gentes. Echo una mirada al afuera antes de sentarme y ponerme a trabajar, como pidiéndole permiso al día y avisándole que en unas horas me encuentro de nuevo con la calle y el espacio abierto.
Decía que hoy, entonces, con el inquieto diciembre recién empezando, vi este colectivo y no pude evitar una mueca de generosa sonrisa ante la picardía y genio de mis compatriotas. Me alegró el día y el comienzo del mes más choto del año. Por eso, ni bien tomé la foto, me propuse subir todos los días de este mes algo que me valga la pena no mudarme a Marte hasta el 2 de enero.
#LePongoOndaADiciembre #Día1
#CampañaAntiGrinchDeDiciembre
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