Lejos, muy lejos, en un reino muy, muy lejano, había una vez que esta mujer fue también una niña...
Ayer, tercer domingo de agosto de 2017, se festejó el Día del Niño en Argentina, mi país. Mis hijos y sobrinos abrieron sus regalos. Regalos que, ellos no saben, son efímeros, concretos, mortales, finitos. Los miraba con sus caras felices, de sorpresa inocente e intenté pensar qué me pasaba a mí en esos festejos lejanos. No pude recordar muy bien ningún regalo que me hubiera impactado tanto como para tenerlo presente después de tantos años. Entonces pensé que hoy, ahora, con más de cuarenta me gustaría un solo regalo: volver a ser niña una vez, solo una vez más para volver a esas sonrisas. Pasar de nuevo por la inocencia. Recordar cada travesura. Congelar los momentos plenos.
Hacerme chiquita para mirar la vida siempre desde abajo, para cubrirla de expectativas, para que sea de ahí y siempre hacia arriba.
Volver una tarde a la casa de los abuelos, a la merienda calentita, al beso de las buenas noches, al recreo y los novios de mentirita.
Quedarse un ratito más y volver cuando se quiera a ese mundo tan lejano y tan cercano, tan libre de mentiras, de prejuicios, tan informal y liviano.
Regresar al principio porque es mi base. Mi punto de partida. Mi infancia. Mi niñez. La inocencia pura y la incipiente rebeldía.
La verdad más verdadera en un "corto mano corto fierro" que en aquellos años podía durar una infinidad que terminaba a la tarde siguiente.
Felicidad llana, porque las vueltas solo eran en calesita.
Volver. Volver y decirme que aproveche esos momentos, que esa forma de ser feliz nunca más se vive plenamente.
Acercarme a mis nueve o diez años y avisarle que llore menos, que guarde lágrimas para las tristezas venideras.
Y, fundamentalmente, decirle, decirme, que lo que viene no es tan malo, que hay grandes sorpresas más adelante, casi tan grandes como abrir un paquete gigante. Que la vida es dura, pero vale la pena porque un día ya no me emocionaré en ver regalos inmensos que envuelven lo que quería, pero sí veré esa alegría, mucho más inmensa en la cara de mis hijos y esos rostros felices compensarán todo lo malo que pueda venir.
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