Cuando chica pensaba que las vías del tren eran infinitas y los trenes, que traqueteaban sobre ellas, te acercaban a cualquier parte. Será porque con ellos yo viajaba desde mi ciudad a casi todos los lugares de mi pequeña realidad infantil, que era mi mundo entero.
La vida siempre me ató a las vías. Siempre estuve cerca de ellas. El "quetrén quetrén" es parte, indefectiblemente, de mis ruidos cotidianos. Mi sistema auditivo se ha adaptado y los ha adoptado como parte integrante de mis oídos.
Con el tiempo aprendí que las vías no se cruzan ni son infinitas. Alguna vez el fin de una de ellas fue la muerta misma, mostrando la cara de la desidia y la vergüenza de no saber o no querer evitar una tragedia.
Igual, sigo creyendo que los trenes, vías mediante, acercan almas y acortan distancias y pesares.Sigo extrañando la inmensidad de vías que llegaban a los puntos más remotos de mi enorme país y que el neoliberalismo de los noventas se cargó al hombro para no devolverlas nunca más.
Me queda la nostalgia de los trenes viejos, los de máquina y los primeros eléctricos. Nostalgia que a veces, solo a veces, compensan estas vías de la fotografía, que pasan a metros de casa y me devuelven de a ratos los olores, colores, sonidos y vibraciones de las vías que son casi las venas de mi alma.
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