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Día del escritor


Día del escritor en la Argentina.

¿Cómo hubiera pasado mi infancia sin Maria Elena Walsh? ¿Cómo habría sido mi vida sin los cuentos de Borges? ¿Qué pobres hubieran sido los días sin los poemas de Alfonsina o la tristeza hecha palabra de Pizarnik! ¿Cuán aburridos serían los días sin los policiales de Pigna, Los túneles de Sábato, Flores sin Dolina? Nunca habría entendido certeramente la pasión futbolera sin los relatos de Sacheri, ni la vida pesada de la clase acomodada de los countries que me contó Claudia Piñeiro a través de sus Viudas. ¿Cuán cerca de la tierra viviría sin Rayuela?

¿Cómo funcionaría mi cabeza sin los escritores que me acompañan desde piba, cada día, cada noche, en cada minutito que tengo para poder leer? 
Apasionadamente enamorada de la Literatura en general, rendida ante la Literatura Argentina en particular.
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Eclipse de sangre llaman al momento en que la luna pone su cara ardorada, roja de ardores nocturnos, de intentar infructuosamente que su amado sol pase, alguna vez, una noche junto a ella.  Los lobos aúllan su llanto, pero el rey Febo aún no quiere darse cuenta.

Otoño

Vino el otoño con sus mañanas frescas, con sus hojas secas, con el sol remolón y las noches tempranas de luna lejana. Vino el otoño de rocío y crujidos. Vino el otoño a susurrar tu nombre en el viento y a recordarme cuán fría es tu ausencia cada vez que me toca un rayo de sol.

Danza final

Sin quererlo, de repetir una u otra vez los mismos pasos, el almirante Ignacio y la dulce Carola llegaron a ser la pareja de danza de salón perfecta del pueblo. Sin embargo, nunca se les ocurrió presentarse en ningún concurso, porque de haber sido así, todos sabíamos que lo hubieran ganado. Se adivinaban los compases, los ochos, el paso siguiente, la próxima vuelta o pirueta exacta. Sin ensayo previo, más que el que cada sábado ya en la misma pista se repetía. Y eso que nunca, nunca en treinta años se habían dirigido una palabra… ni una sola, ni un buenas noches siquiera. Se conocían desde niños. La casa de Ignacio, cuando este era apenas un niño y lejos estaba de ser almirante, quedaba al lado de la casa de la dulce Carola. Pero sus padres se odiaban. Era un odio añejo, tanto que ya nadie recordaba exactamente cuál había sido su origen. Pero ellos habían crecido con ese odio en la carne, sin preguntas ni respuestas. En la época en que comenzaron los bailes en el Gran Da