Ir al contenido principal

Sol de otoño

Este solazo nos saluda todas las mañanas, camino al colegio, mientras cruzamos las vías del tren. 

Nos carga de energía para el largo y sinuoso día y sabemos que tenemos que aprovecharlo porque en esta época y en este hemisferio se esconde prontito. Amo el sol otoñal, tibiezón y perezoso. 


Durante el verano, lo imagino con pocas ganas de irse, como cumpliendo un mandato universal del que, definitivamente, es imposible escapar. Con ganas y ahínco de cumplir y jugar su rol de calentar y hasta recalentar los días eternos, largos, duraderos.

El sol en otoño arranca con períodos de sueño que nos obliga a nosotros a soñar más también. Para luego, en el invierno, condenarnos a su ausencia prolongada, a una lejanía que solo se combate artificialmente, prendiendo luces y estufas; reemplazando su energía limpia y pura por otras sucias y mentirosas.

Renace y empieza a posicionarse en su calidad de rey, llevando de la mano a la primavera, empezando a brillar alto en el cielo; más duradero y renuente a irse.

A veces, cuando lo veo majestuoso en el cielo, inmenso, amo y señor, me pegunto ¿qué haría el sol si lo dejaran tomar decisiones? ¿Se metería a las siete en la cuna del mar o le levantaría la falda a la luna, solo para ganarle de mano a Sabina? ¿Brillaría con la misma intensidad todo el año? ¿Cuán intenso sería? ¿Nos prestaría su energía o nos condenaría a arder en un infierno a fuego lento y constante?

Preguntas sin respuesta, aunque mi imaginación preferiría que fueran contestadas. Mientras tanto sigo contemplándolo, alabando su actividad, agradeciendo su presencia y aprovechando su bendita e inigualable manera de cargar nuestras agotables baterías.

Ojalá esta foto contagie energía de la buena, siempre.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Luna de sangre

Eclipse de sangre llaman al momento en que la luna pone su cara ardorada, roja de ardores nocturnos, de intentar infructuosamente que su amado sol pase, alguna vez, una noche junto a ella.  Los lobos aúllan su llanto, pero el rey Febo aún no quiere darse cuenta.

Otoño

Vino el otoño con sus mañanas frescas, con sus hojas secas, con el sol remolón y las noches tempranas de luna lejana. Vino el otoño de rocío y crujidos. Vino el otoño a susurrar tu nombre en el viento y a recordarme cuán fría es tu ausencia cada vez que me toca un rayo de sol.

Danza final

Sin quererlo, de repetir una u otra vez los mismos pasos, el almirante Ignacio y la dulce Carola llegaron a ser la pareja de danza de salón perfecta del pueblo. Sin embargo, nunca se les ocurrió presentarse en ningún concurso, porque de haber sido así, todos sabíamos que lo hubieran ganado. Se adivinaban los compases, los ochos, el paso siguiente, la próxima vuelta o pirueta exacta. Sin ensayo previo, más que el que cada sábado ya en la misma pista se repetía. Y eso que nunca, nunca en treinta años se habían dirigido una palabra… ni una sola, ni un buenas noches siquiera. Se conocían desde niños. La casa de Ignacio, cuando este era apenas un niño y lejos estaba de ser almirante, quedaba al lado de la casa de la dulce Carola. Pero sus padres se odiaban. Era un odio añejo, tanto que ya nadie recordaba exactamente cuál había sido su origen. Pero ellos habían crecido con ese odio en la carne, sin preguntas ni respuestas. En la época en que comenzaron los bailes en el Gran Da