—Cáncer —le dijo la ginecóloga hacía dos años.
Cáncer. Pero ella había nacido bajo el signo de
Capricornio hacía cuarenta y cinco años, era una cabra astuta, decidida y combativa,
acostumbrada a los terrenos ríspidos, áridos y a los obstáculos e impedimentos
a cada paso.
—Un Capricornio siempre vence a Cáncer —contestó
esa vez.
Costó un tiempo, incluso —muy de Capricornio— tuvo
sus vaivenes emocionales; casi parecía que Cáncer iba a vencer a esta cabra
furiosa. Sí, Cáncer, así con mayúsculas, porque si le daba una entidad sentía
que se daban batalla de igual a igual.
Y así fue. Larga y dura batalla. En terreno poco
propicio por momentos. Sin embargo, dos años después su oncóloga le informó lo
que ella ya sabía: había ganado rotundamente esa batalla tan infame y desigual.
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