Ir al contenido principal

My Valentine's list


El festejo del día de San Valentín me parece un absurdo, siendo que todos los días deberíamos (sí, tenemos la obligación) de festejar el amor. Por eso acá les dejo mi pequeña lista de cómo hacerlo. No es una receta única e infalible, es una lista personal que comparto porque es mi manera de dar amor desde aquí.

*Los besos espontáneos de los hijos 
*Una mirada cómplice con los amigos de toda la vida
*Hacer el amor en mitad de la madrugada
*Compartir hasta los silencios
*Emocionarse al leer un libro 
*Gritar a viva voz el estribillo de una canción
*Mojarse debajo de la lluvia
*Volar con el viento
*Hablar del amor
*Ser amor
*Dar amor
*Sentir amor por el prójimo
*Amarse mucho y fuerte a uno mismo
*Respetar derechos
*Cumplir obligaciones
*Abrazar con la energía puesta en el otro: de mí hacia vos
*Hacer que tu mascota sea parte de la familia
*Transformar lo malo en positivo
*Desear y dejar que nos persiga lo bueno
*Contemplar el vuelo de una mariposa
*Ver las nubes correr con el viento
*Dejar lugar en esta lista para lo que vendrá


Celebrar el amor día a día, en cada momento, en las cosas chiquitas. Tal vez no sea necesario regalar bombones o flores. Tampoco estar en pareja; qué idea más ridícula pensar que un otro es condición sine quanon para amar. 
¡Felicidades a todos los que amamos, sentimos y sabemos del amor, hoy y siempre!

Comentarios

Entradas populares de este blog

Luna de sangre

Eclipse de sangre llaman al momento en que la luna pone su cara ardorada, roja de ardores nocturnos, de intentar infructuosamente que su amado sol pase, alguna vez, una noche junto a ella.  Los lobos aúllan su llanto, pero el rey Febo aún no quiere darse cuenta.

Otoño

Vino el otoño con sus mañanas frescas, con sus hojas secas, con el sol remolón y las noches tempranas de luna lejana. Vino el otoño de rocío y crujidos. Vino el otoño a susurrar tu nombre en el viento y a recordarme cuán fría es tu ausencia cada vez que me toca un rayo de sol.

Danza final

Sin quererlo, de repetir una u otra vez los mismos pasos, el almirante Ignacio y la dulce Carola llegaron a ser la pareja de danza de salón perfecta del pueblo. Sin embargo, nunca se les ocurrió presentarse en ningún concurso, porque de haber sido así, todos sabíamos que lo hubieran ganado. Se adivinaban los compases, los ochos, el paso siguiente, la próxima vuelta o pirueta exacta. Sin ensayo previo, más que el que cada sábado ya en la misma pista se repetía. Y eso que nunca, nunca en treinta años se habían dirigido una palabra… ni una sola, ni un buenas noches siquiera. Se conocían desde niños. La casa de Ignacio, cuando este era apenas un niño y lejos estaba de ser almirante, quedaba al lado de la casa de la dulce Carola. Pero sus padres se odiaban. Era un odio añejo, tanto que ya nadie recordaba exactamente cuál había sido su origen. Pero ellos habían crecido con ese odio en la carne, sin preguntas ni respuestas. En la época en que comenzaron los bailes en el Gran Da