Sí, los abrazos son geniales, pero los besos... ¡Ay, los besos!
Quien pudo sentir y ser besado desde pequeño sabe que pocas cosas transmiten tantas sensaciones como los besos.
Los besos de mi madre curaban heridas, cicatrizaban dolores. Besos tibios en la frente, de despedida hasta la vuelta del colegio, donde otro igual de tibio, me daba la bienvenida cada tarde. Los besos menos frecuentes de mi padre, más secos, más hoscos, de orgullo paterno, tal vez.
Ósculos adolescentes, tímidos primero, luego más pasionales. Esos besos que se creen los supremos besos, donde se nos va la vida y morimos de amor por ellos. Pero esos besos, en verdad saben poco de lo que verdaderamente pueden llegar a lograr ese contacto de dos bocas fundidas en una sola. Porque en algún momento llega “el beso”. Ese que derrite los corazones más fuertes. Los que te dicen: “saboreá estos labios, porque te arrepentirás si no lo hacés”. Boca con boca, lenguas entrelazadas con ese otro ser que casi no conocés, pero que te conquista para siempre y algo dentro de tu alma, mientras besas locamente, te susurra al oído que este es el indicado.
Y si esos besos pasionales no se equivocaron, tal vez tienes la suerte de, a través de ellos y por ellos, traer nuevos seres al mundo, para poder besar incansablemente.
Los besos a los hijos merecen un párrafo aparte. Nueve meses esperamos para poder besar a esos pequeñitos seres que se crearon en nuestro cuerpo. Así que una vez afuera, quisiéramos estrujarlos con nuestros labios, pero son tan chiquitos, tan débiles, tan nuestros, que solo somos capaces de besarlos en la frente... Y el ciclo de los besos vuelve a comenzar. Nosotros ahora curamos heridas y golpes con besitos sanadores. Nos llenamos de besos pegajosos con sabor a dulce de leche. Besamos en la puerta del colegio, un beso profundo que debe durar hasta la tarde. Brindamos apoyo con ese mimo único, nos piden perdón nuestros rebeldes hijos con sus obsecuentes e interesados besuqueos. Casi todo en esta etapa de los hijos se dice en lenguaje de besos.
La vida nos pone a prueba el día que debemos dar el último beso a un ser amado. Beso frío y unilateral, jamás devuelto. En ese último esfuerzo por dar amor a la persona querida que se fue, uno recuerda cada beso intercambiado, con el dolor extremo de saber que nunca más habrá contacto alguno con ella.
Y si tuvimos la suerte de permanecer con aquel ser del que nos enamoramos perdidamente al darnos un primer beso premonitorio de los mejores momentos... Bueno, seguramente esos besos habrán pasado de la pasión más intensa, a la madurez de besos más cuidados, para terminar besando, ya no con las bocas, sino con el alma, con la sabiduría de una vida de besos juntos, con la promesa de una caricia de labios añejos, que nos mantenga juntos por toda la eternidad.
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