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Vita

A Rubén le gustaba adquirir muebles antiguos o en mal estado y restaurarlos en sus momentos de ocio. Hacía unos días había comprado, por muy poco dinero, un sillón bastante antiguo, propiedad de una vecina de años. El sábado que decidió empezar a restaurarlo, encontró escondido en el respaldo del mueble, un libro con tapas de cuero color rojo. Apenas lo pudo ojear durante ese día, pero le llamó la atención, no solo la singular característica de estar oculto, sino la posibilidad de que estuviera allí desde tiempos inmemoriales, dado que el mueble había estado arrumbado en un desván por varias décadas, sin ser movido ni usado por nadie.
El domingo por la noche, ya bastante avanzada la restauración, se dio un respiro en la labor carpintera y calentó la comida mientras se duchaba. Puso mesa para uno, como cada día en los últimos dos años, desde que había muerto su esposa. Decidió entonces que era un buen momento para leer el misterioso libro. Se dio cuenta inmediatamente de que era un diario. Había pertenecido a una mujer de nombre Vita, según constaba en la portada. Con tranquilidad y curiosidad empezó a leer lo que Vita iba a contarle:
“Mi cápsula cayó hoy. Tardé cerca de tres días en salir de ella. Espero las próximas veces hacerlo más rápido. Estoy cansada. Mi aspecto humano me agrada. Tengo una piel suave, carne firme, ojos grandes, mi cabello es casi blanco y demasiado largo. A medida que avance la investigación, mi aspecto irá cambiando de acuerdo a las necesidades”.
Pensó que eran apuntes de un libro de ciencia ficción. El diario seguía:
“Los días acá duran una milésima de segundo. Para esta especie un día tiene una connotación diferente de la nuestra. Hay demasiada gente a mi alrededor y suceden un infinidad de acontecimientos. No tengo idea de en qué momento de la historia humana he caído, pero no importa porque quedan pocas horas, según me informan, para empezar con la misión cero. Así la llamaron y de ella depende la vida en este planeta. Mi primer nombre será Eva y seré el ente indispensable para la generación de la especie humana”.
Se sirvió un vaso más de vino y siguió leyendo:
“Ahora sí, soy Eva, nací de una costilla del hombre, Adán le llaman, le llamamos todos nosotros: los animales, la Entidad Luminosa y yo” A partir de allí se abría una descripción completa de Eva, la primera mujer. Era increíble lo que relataba el diario, como si ella hubiera estado ahí. Como si Vita hubiera sido Eva realmente. Terminó el precioso relato que duró un par de páginas y al final de esta historia encontró, adherida a la hoja, una pequeña plaquetita, similar a una tarjeta de memoria. Rubén la despegó con cuidado y la acercó a la luz. Ni bien realizó esto, una serie de imágenes empezó a proyectarse sobre la habitación. Se veía a una mujer hermosa, blanca, etérea, desnuda, pero de una desnudez para nada provocativa ni sexual. Tenía unos ojos bellísimos y una mirada que le recordaba a alguien, sin saber exactamente a quién. Se la veía salir de un capullo, que luego se desintegraba, aunque más adelante resurgiría de sus propias cenizas, como el ave fénix.
En la primera toma —aunque no estaba seguro de si era una filmación, ni quién podría estar grabando— se veía un campo desierto. Como empalmada a esta imagen, con una edición perfecta, surgía otra imagen donde se veía una serie de personas pertenecientes a un tiempo y lugar indefinidos. Instantes después, Vita volvía a meterse en su capullo, resurgido a partir de un poco de polvo que ella misma soplaba en sus manos.
Lo que seguía era inefable: un hombre amasando un poco de barro y creando a una mujer. No era la misma que había salido del capullo, pero —de alguna manera— Rubén se daba cuenta de que era Vita. A partir de esa Eva/Vita recientemente creada, en no más de diez minutos, pudo ver la historia completa de esta primera mujer. Su curiosidad, su tentación pecaminosa, parir a Caín y a Abel, ser testigo de la lucha de sus hijos por el dominio del mundo.
Inmediatamente terminó la vida de Eva, el dispositivo se apagó y cayó al piso. Rubén lo volvió a su lugar en el libro.
No podía dar crédito de lo que había visto. No entendía cómo estaba ese artefacto tan actual dentro de un libro de un pasado bastante lejano, contando una historia del principio de los tiempos. La hipótesis de un guión de cine y el proyecto fílmico se le cruzó por la mente, pero todo era tan real que rápidamente lo descartó.
La comida se había enfriado por completo y casi no había probado bocado. En cambio, el vino ya se estaba terminando. Cuando Rubén se percató de que la botella estaba casi vacía, dejó de beber; no quería perderse ni tergiversar nada de lo que pudiera descubrir en ese libro.
Dio vuelta otra página y se encontró con la narración de Vita nuevamente. Esta vez contaba su vida de loba/madre de Rómulo y Remo. Otro par de páginas le tomó conocer esa historia fundacional para la civilización. Al llegar al final, otra diminuta plaqueta le permitió ver a miles de mujeres en las que se había convertido Vita hasta ser una loba. La vio animal al acecho y defensora de sus hijos de otra especie. La vio amamantando y tras sus ojos feroces, la mirada penetrante de Vita.
Así transcurrió la noche, la madrugada y las páginas del diario de Vita. Se sucedía la historia del mundo conocido a través de los ojos de esta mujer que, para Rubén no cabían dudas, era de otro planeta, de una civilización infinitamente adelantada en el tiempo, tal vez del futuro. Y, al mismo tiempo, evolucionaba la historia de la humanidad, plasmada en la vida de un centenar de mujeres; muchas de ella vitales para el mundo, pero también Vita había sido un millar de mujeres anónimas, pero esenciales para la evolución de la especie.
Vita fue la virgen María que lloró a su hijo crucificado, junto a la Magdalena, que también tenía el ser de Vita en sus ojos. Fue el desparpajo, el pecado y los excesos de Lucrecia Borgia. Fue la Malinche traidora de su pueblo. Padeció la república y la guillotina de María Antonieta. Fue quemada su piel en la piel de Juana de Arco; vivió la gloria y la decadencia en el exigido cuerpo de Sissí, la emperatriz. Luchó codo a codo con Karl Liebknecht en el cuerpo y el alma de Rosa de Luxemburgo. Fue la niña Eva Braun, obnubilada por el poder de Hitler, hasta que fue tarde para comprender su error. Fue obrera textil en Nueva York y murió luchando por los derechos de todas las mujeres trabajadoras. Peleó codo a codo con su esposo, Martin Luther King, por la igualdad de derechos para las personas de color. Intentó, desde el amor, la solidaridad y la religión de la madre Teresa de Calcuta, terminar con la pobreza…
Todas y cada una de las mujeres de este planeta habían sido Vita. Al fin y al cabo, cayó en la cuenta de que Vita era la esencia femenina, el alma de cada mujer, concentrada en una sola.
Vita relataba sus proezas femeninas, pero en el dispositivo inalámbrico se podían ver miles de escenas cotidianas, de mujeres cualesquiera, pero que Vita había habitado, experimentado, vivido.
Vita, aparentemente una entidad sobrenatural, de algún espacio exterior, de alguna galaxia desconocida, por algún motivo inexplicable había sido una y todas las mujeres de la Tierra.
Hizo un pequeño descanso para meditar sobre estas cosas y antes de que amaneciera decidió terminar con las pocas páginas del diario que le quedaban. En ellas, con asombro, vio a su abuela (a quien no conoció) pariendo a su madre, y ambas fueron Vita.
Un poco más adelante en esta historia reconoció a Vita en su esposa: La vio acariciando su propio cabello la vez que él estuvo enfermo y regalándole su última sonrisa antes de morir.
Rubén lloró las lágrimas que nunca había llorado hasta ahora: Vita le mostró el sufrimiento de su mujer, pero desde una óptica distinta, revitalizadora, llena de paz y armonía. No revivió el dolor ni la angustia por la muerte de su amada, sino que entendió que ella necesitó irse en ese momento para que la rueda siguiera girando, tal como habían partido todas las mujeres anteriores a ella.
Terminó el diario con los primeros rayos de sol que se asomaban tímidamente. Vita, desde su diario escondido en un sillón antiguo, le hizo el último regalo: Rubén vio cómo ella sería su futura esposa, con quien conocería el amor después del amor y le daría una vuelta de tuerca a su felicidad.

La última página relataba la historia de una niña. La plaqueta que venía adherida le mostró que esa niña era idéntica a la Vita que salía del capullo por primera vez: sería Vita, su futura hija, aun ni siquiera concebida.

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