Subió al bondi casi repleto. Morocho él; negro, pensaron algunos. Los mismos que instintivamente abrazaron sus bolsos, por si acaso. Subió con su mochilita, con su camperita de Boca campeón, y gorrito de lana. Sacó boleto y como pudo pasó hacia atrás del colectivo... del colectivo de gente que lo miraba asustada y temerosa. Era negrito y de gorrita, pensaron todos. Se acomodó en un rinconcito, abrió la mochila. A más de uno se le paralizó el corazón, seguro. Y sí, sacó un arma letal... un ejemplar de El Quijote, gordito, llenito de hojas y marquitas de papel, decenas de marcas de lector avezado.
Era negrito y sin embargo, leía y eso más que miedo causaba pavor.
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