Ese 29 de abril, un lunes terriblemente lunes, en su oficina gris de tanta rutina, Elina Godoy erró infinidad de veces la fecha. Su mano terciaba en escribir 29 de agosto en cada papel que fechaba. Faltaban aún cuatro meses. Dio vueltas por su cabeza una y otra vez: nada la ligaba a ese día futuro a mediano plazo.
El 29 de agosto, exactamente cuatro meses después, alguien en la funeraria tiraba a la basura el décimo certificado de defunción de la occisa Elina Godoy, porque en cada uno de ellos equivocaba la fecha y escribía 29 de abril.
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