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Atragantada

Sumisa como pocas, Clara jamás habló, jamás dio a conocer su opinión sobre algo. Nunca dijo lo que realmente sentía.
Jorge, su marido, su único novio desde los quince años, decía, hacía y hasta pensaba por ella. Clara ni siquiera tuvo la oportunidad de alguna vez decirle que lo amaba, mucho menos fue capaz de expresar en palabras su profundo odio, cuando lo sintió.
Y el día que decidió hablar, mostrarse entera, no ocultar más la rabia que tenía en su alma, tomó aire, abrió grande la boca para gritar cuarenta años de silencio y solo pudo decir “tengo el corazón en la boca”.
Los médicos declararon, en una primera instancia, muerte por asfixia provocada por objeto extraño. Todavía están intentando explicarse cómo llegó hasta allí aquel órgano.

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